jueves, 25 de febrero de 2010

La casa en la playa que construimos, de Luis M. Hermoza

La casa en la playa que construimos
vuelve a ser
la misma casa olvidada que dejamos en el desierto.
Hoy lo pensé de nuevo mientras caminaba
de la carretera
a la orilla.

El mar es hermoso.
El horizonte enceguecedor.
Pierdo la vista donde van a parar las gaviotas,
los pescadores con los delfines,
las predicciones.
Puede parecer extraño,
pero introducir las manos en la arena tibia
es como introducir mis manos en mi memoria.

A pesar de todo,
te podría decir que
se conserva como la dejamos:
las paredes siguen siendo blancas
y las cortinas trasparentes continúan ondeándose
al compás
del viento.
El viento abre y cierra las puertas,
las ventanas rotas, a su antojo; los cristales lo hieren
pero necio vuelve a levantar la arena que se cuela
por la cerradura.
Nuestro espacio sigue en el rincón cálido de la casa,
pero una capa de arena lo cubre,
así que me cuesta encontrar
el rincón cálido de la casa.
Entonces saco las manos de la arena,
y vuelvo a mirar el horizonte.

Cuando se hace de noche y todos regresamos
yo miro el desierto. El viento es duro,
y despierta y mueve las dunas
como gigantes sonámbulas.
De lejos la casa se ve casi transparente,
pero no lo es, sigue allí.
(Me pregunto quién de los dos
estará ahora). Es cuando una duna
con vestido largo pasa bailando y dando vueltas
frente a casa. Es un espectáculo enternecedor.
Pero el viento azota.
Algún día introducir las manos en la arena tibia
será
como introducir las manos en la arena tibia.

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